DIAMANTES EN EL CIELO

Me gusta mi mañana libre, junto a los gatos del estanque. Año tras año regreso aquí, me apoyo en la barandilla de madera, escucho el murmullo de los chopos y busco a la garza blanca. Luego observo el agua con cuidado, y empiezo a contar las tortugas, una, dos, tres, cuatro… ¡nueve! Esta vez hay nueve. Intento estirar el cuello como ellas, hoy sólo quiero que me dé el sol en la frente, sin sueños. Es curioso porque siempre pensé que, para vivir, había que tener sueños, no sé, proyectos en el aire, esperanzas a futuro, cosas que pedirles a las pestañas cuando se caen. Y no, sólo hay que fijarse en los gatos, en la garza y las tortugas. No tienen nombre ni historia ni saben lo que es el tiempo, pero laten, se agarran nada más que a este instante, a esta visión, a esta brisa que nos acaricia la piel y laten.
¿Y si la madurez fuera ésto? Me pregunto, ¿y si Mamita nos crea, nos deja que inventemos personajes y palabras, y luego nos dice basta y nos los quita?, ¿y si todos los vaivenes que hemos vivido sirvieran sólo para hacernos más humildes y parecidos a las criaturas de los estanques?

Siempre he sentido especial predilección por la gente mayor, mi compañero a veces se sorprende y no acaba de entender porqué me gustan tanto. El año pasado tuve la inmensa suerte de trabajar con y para ellos, y me di cuenta de que existían claramente dos perfiles. Por un lado, están los ancianos cascarrabias, se quejan de todo, tienen arrugas pronunciadas en la frente, sienten que todo está mal, que el mundo ya no es lo que era, la juventud de hoy en día se está echando a perder, cumplir años es un asco, hay muchas guerras, robos, crueldad, etc.

Por otra parte, están los abuelitos transparentes, llevan la espalda encorvada de tantas batallas, y, sin embargo, les hablas y te miran con ojos de niño, te sonríen con la sonrisa más virgen y más nueva que hayas visto jamás y te dicen que dios es generoso, que aprieta pero no ahoga, que hay que confiar, que las personas son buenas, que la vida es preciosa…

La diferencia entre los dos perfiles es sencilla: los primeros no han logrado madurar y los segundos, sí. Mientras que los ancianos cascarrabias se han ido encerrando a sí mismos en más y más historias, cuentos y palabras, los abuelitos transparentes han comprendido la sabiduría de las tortugas, y se han quedado con lo mínimo. Unos se quedan en casa repitiéndose las mismas cosas en la cabeza, y los otros salen al parque y estiran el cuello para recibir el sol. Tan sólo el sol.

Yo quiero ser una abuelita transparente, amigas, sonreír a pesar de las dificultades, confiar a pesar de las noticias, encontrar lo bueno y lo luminoso aún en las cuevas más profundas.

Pero es fácil caer en la trampa una y otra vez, lo sé, es fácil perderse en los discursos mentales, en el pesimismo de la crisis y en la rutina del día a día. Por eso llevo conmigo esta oración que hoy comparto con vosotras. Se trata del salmo 23. No soy cristiana ni practicante de ninguna religión, soy buscadora de joyas, sólo eso. Y este salmo es medicina para el alma, podéis cambiarlo a vuestro gusto:

El Señor está conmigo, nada me falta.

En verdes praderas me hace reposar,

Y hacia fuentes tranquilas me conduce

para reponer mis fuerzas.

Me guía por el camino justo,

haciendo honor a su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,

nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

Tu vara y tu cayado me protegen.

Preparas un banquete para mí

frente a mis enemigos.

Unges con perfume mi cabeza

y mi copa rebosa.

Tu amor y misericordia me acompañarán

todos los días de mi vida,

Y habitaré en la casa del Señor

por años sin término.

Estoy segura de que, si las tortugas pudieran rezar, rezarían el salmo 23. Ojalá os ayude tanto como a mí, queridas. Ojalá os recuerde que la feminidad consciente no pasa por hablar siempre de úteros, ciclos lunares y menstruación. La mujer es infinitamente más que todo eso, porque, para empezar, no es ni siquiera mujer, no es ni siquiera este cuerpo. La mujer, el hombre, las personas, nos parecemos más al fondo de los mares, a la profundidad de los estanques, que a esta piel que habitamos y no nos pertenece. Nos parecemos más al color transparente, a los diamantes del cielo y al brillo que parpadea en las copas de los árboles. Pero no volvamos a perdernos en historias. Se acabaron las palabras. Al menos por hoy.

Feliz semana, bellas,

Nuria.