LA CULPA DE EXISTIR

En la calle que huele a pan, voy pisando caracoles. Llueve pequeño y constante y salen los caracoles como diciendo agua. No quiero pisarlos pero ocurre. Para que yo viva han muerto arañas, mosquitos, pulpos, bichos vivientes. Es un olor a pan que llena los pulmones. No es el pan sino los bollos, las magdalenas tostadas, el chocolate derritiéndose en las napolitanas recientes. Todas las cosas que ya no como. Está floreciendo la borraja en los campos. Voy pisando caracoles. Existo y cargo con la culpa de existir.

Para que yo viva han renunciado los pantanos. Lo que bebo, meo y cago, todas las duchas y cisternas, algún balneario, la piscina municipal. Han menguado -seguro- la selva, los arrozales de Calasparra, las zanahorias, los champiñones, los rábanos. Cuánto sudor han derramado los hombres y las mujeres, arando la tierra, recogiendo los granos, preparando las anchoas en conserva. Para que una tenga piel y pelo y plumas, vida. A pesar de las tormentas, el dolor y la sangre. Me gusta tanto el queso que pienso en las ovejas, las pobres vacas, los terneros, las cabras. Existo y cargo con la culpa de existir.

Cierro los ojos, respiro valiente. Me alimento porque huele a pan. Y el pan me transporta al pueblo. A la infancia, cuando atravesábamos el Puerto del Escudo. Contentos, porque sabíamos que nos esperaban los sobaos y las quesadas. Y el resto del viaje era un suspiro, con la quesada fundida en la boca. Las colinas verdes. La espera del mar. A ver quién es el primero que divisa el mar. Y luego, dónde está el norte, dónde está el norte. Qué niñez de azúcar y mantequilla. Pienso en la gente que come pan. Que sólo come pan. Existo y cargo con la culpa de existir.

Ya he pisado los caracoles, he agotado el agua y esquilmado el monte. Se acabaron las conservas, el requesón y las lechugas. El mar está sucio. El mar está sucio todavía. El mar está infinitamente sucio, por cierto. Me queda llorar. Sin embargo, me salen soles y cantos. En este instante – el pan, los caracoles, el pensamiento- soy un milagro viviente. Ando, con los ojos como platos, sobre la faz de la tierra. Y esta calima es mierda, no es polvo del desierto. Hay calima y hay mierda. Hay hambre, enfermedad, retortijones y muerte. Por eso los ojos y los platos. Es un misterio existir.

Existo y hay culpa pero decido que no. Que debo dar más las gracias. Que hoy -fugaz, estelita, viento- estoy aquí. Respirando y sudando. Algo tan tremendamente improbable como que un óvulo deje entrar a un espermatozoide. Y aquello prospere. Y haya cariño, calor, alimento. Una crianza amable. Bocadillos de mortadela. Y además la salud suficiente, los glóbulos rojos y blancos, la córnea y la vena mayor. Piso y se mueren los caracoles. Invoco a la vida y compenso. Que tomen vida los ríos que nos quedan, el desierto infernal, los mil quinientos trillones de algas, células y hongos. Que podamos cerrar los ojos, llenar los pulmones de pan y reverenciar tanta suerte. Para que, si mueren caracoles, florezcan borrajas.

Con lluvia en el pelo, y un poco de amor,

Nuria

7 comentarios en “LA CULPA DE EXISTIR

Deja un comentario