FUI INMORTAL

Hubo una época en la que fui inmortal. No me creeréis, diréis que miento, exagero, pero lo juro. Tenía apenas nueve años. El pelo de loca, la piel quemada por el sol, la boca amplia. Mi familia y yo pásabamos los veranos en Noja, un pueblo costero de Cantabria. Por aquel entonces, el turismo masivo no había llegado al norte, no había ningún chiringuito ni había ocurrido lo del Prestige. La playa estaba virgen. Mis hermanos y yo éramos pobladores exclusivos de las aguas. Buceábamos con mi padre en busca de pulpos y sepias, mi madre se quedaba en la orilla, mirando. Yo creo que, para entonces, ella notaba algo raro, presentía lo que os digo, que yo era inmortal, y me observaba. Con una mezcla de orgullo y nostalgia.

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Papá Noel no existe

No voy a mentirte, cariño. No lo he hecho nunca. Ayer me preguntaste a dónde van los pájaros que se mueren. Y no lo sé, de verdad, no lo sé. De repente, imagina, están en los árboles y se caen. El corazón les deja de latir y se caen. Y los bosques y los parques siguen su curso como si nada. Amanece y acogen el cuerpo de las criaturas que han dejado de respirar. A veces los pinos o las hayas sonríen, porque saben que se cierra un círculo y se abre otro más. Pero lo del cielo… tengo mis dudas. Hay días en que me parece todo un cuento chino. En el cielo hay libélulas y mariposas de las que tanto te gustan, y nubes claras que nos recuerdan lo importante. Si alguna vez te sientes triste, Vega, contempla el cielo. Porque en él encontrarás las respuestas. Ahora, lo de los ángeles y Dios y la Virgen María… pues no sé. No sé. Click aquí y sigue leyendo